Peinando la felicidad

La rutina del amanecer me recuerda que hoy es otro día más para ir largando felicidad. Esa curiosa materia que tiene un ritmo de vida similar al del cabello. Es vivaz y del color asignado por los genes en tus años de ingenuidad, cuando poco te importa si los demás te miran rubio o moreno. Salta por todos los espacios preguntando, increpando, haciéndose de un mundo al que también procura asignarles colores (Aunque hay infancias con mugres que obligarían a ponerle el punto final a este texto, las mismas que en cierta forma lo causaron) Se vuelve desafiante con la adolesencia, busca aceptación, busca maneras de crearse y empieza a probar la gama de todos los colores de moda o las que vayan perfilando eso que alguien llamó personalidad y te parece un concepto de independencia. Así la vas tiñendo, así va adquiriendo diferentes matices la felicidad hasta que como toda hebra de cabello sometida a traumatismo constante, empieza a debilitarse. Se parte cuando le aplicas color, o los tonos no comienzan a irle tan bien. Se vuelve un ejercicio desesperante de reconquista tuya el teñirla, como cuando tu cabello establece cuánta ausencia o presencia de calor te define; es tu humorómetro. Sigue también los ritmos circadianos, los ritmos hormonales esa felicidad que, teñida a juro en el desespero de poseer algún color, desprende horquetillas. Colocas máscaras, inyecciones, choques de keratina y logras efectos fugaces de brillo aparente que durarán hasta ese próximo embate de brochas y gorros de aluminio. Así involuciona tu cabello (y la felicidad) hasta que tanto te crece la raíz oscura que no hay tinte en la gama de colores que la cubra. Se endurece la raíz oscura o emergen las canas. A veces todo ocurre en sincronía: Envejece el cabello, envejece la felicidad. Tus raíces oscuras, las canas que develan el almanaque y las cargas asociadas en el camino no podrán ser cubiertas por más que las tiñas. La hebra maltratada es el equivalente a ser feliz. Un pedazo de algo que se va desprendiendo, un ente desahuciado de la melena que le dio vida. Hay procesos que no tienen la señal de retorno. Pelo que se parte no vuelve al cabello. Felicidad que se deshoja no vuelve a ser flor. Y nuevo cabello germina, porque la potencia de los ciclos es más fuerte que tu cabello. Y nuevas presentaciones de felicidad crecen desde otros pozos a medida que algunos se clausuran para siempre. Pero el maltrato estructural los hará débiles de nacimiento. Un cabello prematuro, una felicidad abortada destinada a sufrir más complicaciones que aquellas paridas a término. Siendo la felicidad el recurso natural no renovable que es, y sabiendo que todos los días debes apelar a la reserva que tienes para compensar esas hebras que vas extraviando a razón de cientas por día, te queda definirte desde esa ausencia de virginidades: la de tu cabello alterado estructuralmente y la de tu felicidad intervenida. Teñirás con menos expectativas y más utilidad social tu cabello. Y atesorarás los corpúsculos de queratina, que acaso harán brillar lo que dura un parpadeo el remanente de tu felicidad. Cerrando bien ese grifo que la movilice, ahorrando cada centímetro al que echas mano para que no se pierde ni una gota más de la que necesariamente vas dejando atrás con cada puesta del sol. Peinarás la felicidad con el mismo cuido y esmero que al cabello maltratado, para que no se quiebre inútilmente.

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