Candles

Está la vida. Como capilla, como Iglesia. De pasillos largos y bancos que acogen la súplica del arrodillado. Con ofrendas de acción de gracia.Uno que otro confesionario para asegurar la santidad y expiar la culpa. El almacen sacramental: La bendición primera, la purificación con la hostia, el velo que abre su capullo para casar el corazón de la mujer. Pero también, y sobre todo, está el llanto. La dama del velo negro. El señor del crucifijo. La chica del rosario. Y un camino de santos con ojos que no ven y manos que no tocan, inventados por las necesidades que no caben más en el pecho de las personas.

Los vitrales revelan la lucha de héroes espirituales liberados a pulso de fe y batalla de la opresión de sus demonios. Está ese olor de la iglesia a candela pisada, a redención. Al fondo del pasillo espeso, más allá de las miradas fugaces y las interesadas, está su trono. El del DIos que acompaña sin sotanas. El que bendice, perdona, consuela. Y llama. Sobre todo llama. Toca mi puerta y yo entro por esa que dicen que es su casa. Me abisma la diversidad de su Iglesia, tantas luces repartidas en tantas oscuridades.

Soy creyente, soy pecadora, soy bautizada, soy rosario. Soy todo lo que me lleva a él. Y, a la vez, soy nada dentro de la subclasificación de su iglesia activa.

No veo los santos, pero las luces de sus velas me hacen ojos. Tanta masa derretida debe ser depositaria de una fé que opera más allá de la evidente. Miro sus gélidas miradas. Toco sus cuerpos de yeso extraviados en la potencia de las luces. No puedo entender que los alumbren. Pero algo tienen esas velas. Hay una opacidad en mí que las llama. Pienso en el trono, en quien lo ostenta. No es de yeso. No lo toco, ni lo veo. Pero su pasillo me reclama luz, allí va mi vela. Tomo las no encendidas del santo impávido y las riego el pasillo. Activo sus llamas y me dispongo a caminarlo. A contra viento. Cada pisada es una vela que se apaga, la necesidad de encender las que siguen.

En el infinito pasillo necesito volver al confesionario cada cierto rato para entender las que se encienden. Cuando se extinguen, vuelvo a caer de rodillas en el banquito. A la pila bautismal recurro para avivar algunas llamas. Él, en su trono imposible, tiene el secreto. Sabe cómo seguirme llamando. Cómo requerime a través de este camino de velas.

"Eso que brilla no eres tú. Lo que se apaga, tampoco. Son tus velas. Desde la primera vez que entregaste la llama, ya no pertenece"

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