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Mostrando entradas de febrero, 2010

Caída

El árbol que da frente con mi oficina se desangra ante mis ojos en flores amarillas que bañan la calle. El olor a flores es un estímulo pituitario con el que tengo que lidiar casi a diario. Y nunca me ha gustado el olor de las flores. Pertenezco a esa rara clase de humanos que no muere por el chocolate y no disfruta el aroma de una flor. Ese olorcillo me recuerda a momentos fúnebres y a instantes sombríos que materializan el peor de mis miedos: La muerte... Lo cumbre es que la mínima brisa que pasa va desangrando hojita por hojita el árbol. Y si mi vista masoquista se extiende, podrá apreciar como la escena del piso regado por ese color amarillo caído emula a un camposanto. Parece que cada flor que le huye a las alturas está bañando un cuerpo y acompañándolo en un paso hacia la inmortalidad, hacia esa incertidumbre llena de sombras e interrogantes que inunda a quien, sobre Tierra, divaga sobre el más allá. Anótese que tenía varios años sin pasar todo mi día académico o laboral frente