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Mostrando entradas de diciembre, 2011

Viejo año

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Amaneces cansado. La certeza del último día es un regalo de los dioses, si te comparas con aquellos que son raptados sin aviso y sin protesto. Con el tiempo a rastras, te escudas en el nada tímido rayo de sol que se adueñó de tu ventana. Te levantas, toca seguir La mañana no está gris. Los azules en todos sus matices se han volcado para este adiós. Y piensas que algo queda de espléndido en tu ocaso. Balbuceas y sonríes a medias. Miras en ese espejo que se deshoja inexorable. Eres eso que bota hoy su última concha. El conteo regresivo comienza. Enumeras tus atropellos, enlistas tus bendiciones. Ostentas tus designios, porque sigues siendo aún poderoso y determinante en tu postrimería. Tus pasos ya no son firmes, como los de otrora: Decenas de días te separan de aquel nacimiento festivo entre luces y colores. Ya nadie te espera, todos quieren apurar tu inevitable fin. Estás consciente, están conscientes. No pretendes extender lo que no puede ser, bien sabes que eres un manojo

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Dos días y el 2012 que se veía lejano, es ahora el preámbulo de una esperanza a la que se aproximan mis pies. Todos hablan del "año", el "momento", el "decreto", y suelen endilgarle el mote a cualquiera de los 365 días que comienzan un 1 de enero. Por múltiples razones, el 2012 ha lucido desde hace varias vueltas al sol como mi deadline. Son muchos los asuntos Universo/Mundo/País/Persona que pudiesen estar resolviéndose en estos días a los que me arrimo. La mezcla expectativa/temor me tiene clavada a esta pantalla de mi portátil, buscando las respuestas que anhelo anticipar, en el ejercicio terrenal de la calma. Quiero tener toda la claridad mental, la paz de conciencia, la sintonía con mis instintos y la sincronía con mi fe para tomar las mejores decisiones y esperar que aquello en lo que no pueda colaborar mi mano, tome el curso que Dios y el Universo destinen para bien. Desarrollar el don de la paciencia es una de esas metas. Abstenerme de precipitarm

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"I did all my best to smile"... Juro que quería reír, quería ser una sonrisa perpetua, el esbozo de una carcajada.Un intento del labio entreabierto de felicidad. Ensayar el gesto, alardear de mi esfuerzo. Hice lo que pude, pero hay vacíos que pesan tanto. Son como las oscuridades densas, que succionan las estrellas, como cuando las nubes se roban el espectáculo del cielo y los ánimos se adormecen esperando que la tierra de la vuelta y le ponga la cara de nuevo al sol. Es cuando pienso que mi risa se volvió acomodaticia; que se pliega a los vaivenes del mundo, que ya no tiene la potencia genuina de otrora. No eres la niña que ríe en esa foto con su Mickey encapuchado, la que espera que el fin sea una teoría de los apocalípticos. Hay tantas soledades reunidas en una risa que parece y no es. En qué momento dejé de hacer todo para reír? O mejor dicho, comencé a reírle al mundo para ocultar los lobos que carcomen mi interior? Hoy quiero ser la niña del Mickey encapuchado. Y llorar

Countdown en gerundio

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Distraer a la flojera, dejar las lagañas en el extremo arrugado de la cama. Pedirle a tu fase onírica REM que te permita volver mañana a ese sueño, o mejor, implorarle al Dios que te hace las gestiones que te permita vivirlo en lapsos de plena conciencia, con la velocidad de la luz. Apartar los imanes que tienes como sábanas y divorciarte del confort de tu colchón nuevo hasta la próxima y cada vez más brevísima aventura con Morfeo. Vestir la ropa que oculta el abandono del Orbitrek. Ponerte los zapatos que más te gusten (No importa si levantan llagas o cocinan asperezas) Hacer que tus labios te recuerden que no debes extrañar los bolívares débiles que se te fueron por esa pintura que imita la sangre. Y jugar también con tu sangre, sentirla, vivirla. Que el café destaqué que los pecados en la vida son necesarios y suficientes para aproximarte a la noción de los latidos. Devorarte la ciudad, insmicuirte en ella, reflexionar en el preámbulo de una mañana decembrina acongojada por la mu