Viejo año
Amaneces cansado. La certeza del último día es un regalo de los dioses, si te comparas con aquellos que son raptados sin aviso y sin protesto. Con el tiempo a rastras, te escudas en el nada tímido rayo de sol que se adueñó de tu ventana. Te levantas, toca seguir La mañana no está gris. Los azules en todos sus matices se han volcado para este adiós. Y piensas que algo queda de espléndido en tu ocaso. Balbuceas y sonríes a medias. Miras en ese espejo que se deshoja inexorable. Eres eso que bota hoy su última concha. El conteo regresivo comienza. Enumeras tus atropellos, enlistas tus bendiciones. Ostentas tus designios, porque sigues siendo aún poderoso y determinante en tu postrimería. Tus pasos ya no son firmes, como los de otrora: Decenas de días te separan de aquel nacimiento festivo entre luces y colores. Ya nadie te espera, todos quieren apurar tu inevitable fin. Estás consciente, están conscientes. No pretendes extender lo que no puede ser, bien sabes que eres un manojo