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Mostrando entradas de julio, 2010

Destino

Hay un mapa. Una hoja de ruta. Es más que seguro que existe un planteamiento general, un marco de fondo, la paleta básica para ir mezlcando los colores. El bosquejo de los trayectos, alguna que otra pincelada que los dibuja, esta de por sí y ahora lo entiendo, en esos mapas que contienen nuestros caminos inevitables, los inexcusables. En forma de momentos, hechos, tiempos. Personas. Ellos. Ellas. Podemos, está bien, decidir en la mayoría de los casos si cruzarlos, por dónde cruzarlos, cómo pasar a través de ellos. Pero su llegada, la alineación planetaria que crea las circunstancias favorables a los encuentros y desencuentros está preconcebida en ese mapa. Quizás sí, con las rutas alternas ("y si contesta negativamente, pase a la opción C") pero no todo está supeditado a la voluntad como afirman las ciencias del pensamiento y la razón. O mejor dicho, para llegar al momento de la toma de decisión necesario es atravesar una serie de condiciones que no siempre propiciamos: Par

Candles

Está la vida. Como capilla, como Iglesia. De pasillos largos y bancos que acogen la súplica del arrodillado. Con ofrendas de acción de gracia.Uno que otro confesionario para asegurar la santidad y expiar la culpa. El almacen sacramental: La bendición primera, la purificación con la hostia, el velo que abre su capullo para casar el corazón de la mujer. Pero también, y sobre todo, está el llanto. La dama del velo negro. El señor del crucifijo. La chica del rosario. Y un camino de santos con ojos que no ven y manos que no tocan, inventados por las necesidades que no caben más en el pecho de las personas. Los vitrales revelan la lucha de héroes espirituales liberados a pulso de fe y batalla de la opresión de sus demonios. Está ese olor de la iglesia a candela pisada, a redención. Al fondo del pasillo espeso, más allá de las miradas fugaces y las interesadas, está su trono. El del DIos que acompaña sin sotanas. El que bendice, perdona, consuela. Y llama. Sobre todo llama. Toca mi puerta

Lección 1

Si mi corazón fuese un cuaderno no sería doble línea, porque en la vida se me ha ido perdiendo el pulso como para escribir en cursivo sin salirme de los límites. Ya mis t no suben auténticamente, ni mis f descienden con voluntario encanto; las ìes naufragan en una tormenta sin puntos...No soy digna de seguir llevando caligrafías en los avatares que van crucificando letras. Tampoco podría ser un cuaderno de línea completa. Me pesa la pluma, como la mano, acaso porque hay extensiones de peso que van aterrizando y se aguarapan todas allí, justo donde deberían acudir las fortunas para sacarle punta a un lápiz desgastado por mordeduras. No me des tanta hoja, perdería más de la restada fuerza en esa incontinencia de las letras incapaces de llenar una página. SI fuese un block de dibujo, la titánica tarea de perseguir colores precisos para definir emociones qué difícilmente logro resumir en el pecho descartaría el planteamiento ¿Cómo pintas los dolores, si ellos son en la medida en que hay s

No lugar

El cielo no es un lugar, ni un espacio. No se puede medir con unidades de dimensión, o longitud. Si acaso, con las de tiempo. El cielo es un momento. Parpadeo. Cambio de switch. A cada día, su cielo. Las noches exhiben otro distinto. Curiosamente, al cielo deben sus nombres. Cada país tiene en apariencia, un cielo. Millones de ciudadanos cobijados por un manto azul que cobra cuerpo en esas miradas encharcadas. Se multiplican los cielos: Hay tantos cielos como dolores, sonrisas y oscilaciones de la escala emocional haya. Y puede no haber nunca cielo. En ocasiones, es maleable; con él juegas, te lo bebes. Algunas manos ajenas te lo acercan. Y aunque en él se destinan las mejores celebraciones, lo conoces pocas veces con las mejores ropas. Casi siempre, lo haces sin ellas. Pero cuando es el cielo quien decide jugar, duele. Se esconde y no puedes hallar a un "no lugar". Se muda el cielo y con él, los pedazos de tu carne, ensartados.Como tiempo que es, no se regresa. Mensajes al

Peinando la felicidad

La rutina del amanecer me recuerda que hoy es otro día más para ir largando felicidad. Esa curiosa materia que tiene un ritmo de vida similar al del cabello. Es vivaz y del color asignado por los genes en tus años de ingenuidad, cuando poco te importa si los demás te miran rubio o moreno. Salta por todos los espacios preguntando, increpando, haciéndose de un mundo al que también procura asignarles colores (Aunque hay infancias con mugres que obligarían a ponerle el punto final a este texto, las mismas que en cierta forma lo causaron) Se vuelve desafiante con la adolesencia, busca aceptación, busca maneras de crearse y empieza a probar la gama de todos los colores de moda o las que vayan perfilando eso que alguien llamó personalidad y te parece un concepto de independencia. Así la vas tiñendo, así va adquiriendo diferentes matices la felicidad hasta que como toda hebra de cabello sometida a traumatismo constante, empieza a debilitarse. Se parte cuando le aplicas color, o los tonos no c

Cobardía

En algunos días me temo como mi peor enemiga. Si mi sombra tuviese sombra, sería yo en una noche como ésta. Me temo en algunas de las precisiones que puedo esbozar, en esas esperanzas de último recurso a las que cuelgo fatalismos como aretes. Busco finales (un final) para un comienzo al que le estoy corriendo la arruga. Lo que más temo de mí es precisamente no contar con la voluntad de hacer derramar el vaso de las razones para temerme Escribo para hacerme aterradora en el silencio de los bytes

Olé

La fórmula fácil, la noción sencilla es: "Agarre el toro por los cachos". Tienes la capa roja. Adquiriste en algunos de tus tantos traspiés y coordenadas incoordenadas los movimientos necesarios para esquivar los cuernos. Te balanceas de maravilla al compás del pasodoble. Pero de pronto, te das cuenta que el problema no es el filo de los cachos, sino su ausencia. Es que hay más toro de lo pensado y son inútiles tus banderillas ¿Cómo neutralizas al animalón? ¿Cómo correrle la vida? ¿Lo detienes todo? Porque el público igual espera sangre ¿o no?

Soñé

Esta es la escena. Todo transcurre de prisa. Como deben suceder las cosas robadas. Las mejores. Mi sueño te cede un espacio. Llegas con tus lentes pulidas y ese cabello de suavidades ordenadas. Tu presencia. Una sonrisa: La sonrisa. Tú sonrisa. Dejo atrás la cama que riñe con mi cabello desafiante y ordenas el mechón detrás de la oreja, como lo hacías. Con la mirada te acepto. Mi sonrisa metalizada se duerme entre tus dedos. No podemos hablar. El tiempo pasa. Caminamos hacia el ventanal del cuarto. Lo atravesamos como si fuese el polvo que levantó tu despedida. Advierto mis pijamas, mi verguenza me increpa, pero lo saldas. Sólo de mirarte se torna vestido oro (Soy Izzie Stevens, pero mi vestido debe ser dorado y no rosa, porque dorado trajiste a mi vida y rosas ofrendo en tu dolor) Caminamos en la profundidad de una noche abrillantada (el cielo de pronto le sirve a Caracas) El aire ribetea las olas de la piscina que hace frente con mi cuarto. Que ya no es piscina, porque lo volviste ma

Reflejo

Una parte de tí se niega al reflejo fidedigno que arroja el espejo. Precisamente, aquella que acumula las marcas de tus clavos y las heridas dormidas bajo el sol. Y cuando contemplas tus ojos proyectados, de pronto la percibes: Encuentras dolor en la contemplación. Rehuyes tu mirada, porque sabes que el camino te ha vencido. El polvo acumulado es una daga para todo lo feliz que registra el anecdotario. Los daños tienen cobijo en tus ojos. Eres una mirada triste perdida en un amasijo de dramas. Eres la herencia de un pasado que te arrastró hasta aquí para remar en arena. Eres una mirada triste que se instaló sin opción de checkout. Te desconozco, pero ahí estás: Soy esa mirada triste vomitada por un reflejo. El espejo dio la vuelta