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2009: Carta al Niño Jesús

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Te escribo desde la fría primera jornada de un diciembre que recibe a Venezuela con la misma convulsión del enero preelectoral del mismo año. Porque somos, sí, y tú lo sabes desde tu omnipresencia y omnisapiencia, los únicos animales que nos tropezamos una y otra vez con la misma piedra: Esa analogía podría bien definir en cualquier diccionario a Venezuela. Los mismos que Gobiernan siguen siendo la misma cosa inefectiva, desinteresada y caótica que tú has conocido; quienes se le oponen siguen siento tan faltos de lucidez como ya te debes haber enterado y en el medio de la desidia y la mediocridad gubernamental y la incapacidad del liderazgo que los adversa, estamos quienes plantamos sueños en la esterilidad de una tierra otrora llena de gracia. Nosotros, los que nos aferramos a ti como único camino posible para la búsqueda de esa esperanza y seguridad que no saben darnos nuestros líderes terrenales. Te escribo desde la patria con la que Bolívar no parece haber soñado, sino más bien hab

Y ahora ¿Soy mala?

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Si eres fanático de Olga Tañón y por desgraciada coincidencia te topaste con este título, no creas que voy a hablarte sobre ella. Más que una disertación sobre los títulos fáciles del merengue, esto va por otro lado. Va por esos momentos de opresión traqueal. Cuando sientes que hay un nudo aguarapado, que tienes un soplito por el pecho o en cualquier lado del cuerpecito soltando aire e increpándote. Cuando aparentemente todo marcha en el carril, cuando te reencontraste nuevamente con tu orgullo femenino, pero sientes que ni toda la honra inhalada te llena. Cuando hay un vacío del tamaño de la circunferencia del planeta que no entiendes y no sabes exactamente dónde está. Cuando notas que te espichaste sin darte cuenta. Pasa que la vida y las circunstancias te ¿obligan? a tomar ciertas actitudes que una las llama, en tono de justificación "dignas". Y no sabes si la dignidad es un pretexto para los otros, o si la dignidad que pretendes es verdaderamente para tí; si te hace plena

Confesiones

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Hay confesiones del tipo “odio la vida” y son las que usualmente salen bien. Las que llevan a los escritores, poetas y afines a ganarse premios internacionales de literatura y son inmortalizadas en el anecdotario culturístico de los que se llama “versados” “letrados” “literatos”, porque descubro que hay un patrón –del que por supuesto yo no me salvo- en donde todo lo hostil, infeliz, oscuro, vertiginoso, imposible, absurdo, maltrecho, difícil y epítetos similares es lo que verdaderamente cuenta. En algún momento de la vida, los seres humanos encontramos el gusto al dramatismo, al sufrimiento como esencia, al Delia Fiallo en gerundio, al guión de novela mexicana de televisa porque aprendemos a sufrir. No aprendemos a querer, aprendemos a parir queriendo, no reconocemos el gusto por las veladas felices porque ellas sólo pueden formar parte del “final” y caminamos así, a tientas, esperando que cuando se nos atraviese el punto final, en ese preciso momento incierto y sublime, la vida, fina