Countdown en gerundio


Distraer a la flojera, dejar las lagañas en el extremo arrugado de la cama. Pedirle a tu fase onírica REM que te permita volver mañana a ese sueño, o mejor, implorarle al Dios que te hace las gestiones que te permita vivirlo en lapsos de plena conciencia, con la velocidad de la luz. Apartar los imanes que tienes como sábanas y divorciarte del confort de tu colchón nuevo hasta la próxima y cada vez más brevísima aventura con Morfeo. Vestir la ropa que oculta el abandono del Orbitrek. Ponerte los zapatos que más te gusten (No importa si levantan llagas o cocinan asperezas) Hacer que tus labios te recuerden que no debes extrañar los bolívares débiles que se te fueron por esa pintura que imita la sangre. Y jugar también con tu sangre, sentirla, vivirla. Que el café destaqué que los pecados en la vida son necesarios y suficientes para aproximarte a la noción de los latidos. Devorarte la ciudad, insmicuirte en ella, reflexionar en el preámbulo de una mañana decembrina acongojada por la muerte que suena como noticia, que perfora la cabeza con una imagen de la ineludible necesidad de vivir disfrutando el trayecto, más que con la certeza del destino. Que el aire matice el cabello con un poco de frizz, que puedas identificar en la danza de tus pituitarias cómo todos los meses tienen olores, colores, así como también las personas, y que por lógica del recuerdo, ya sepas que este mes tendrá un olor y un color para el anecdotario. Que tu los asignaste, los atrapaste. Que sientas las ganas y la necesidad de descubrir esa gama completa que ya se lució con sus mejores tonalidades, hasta que lo permita el paseo por la nube. Ese amasijo de gases con textura de algodón que ya te conoce como la mejor de sus paracaidistas.
Eso es vivir en gerundio. Al menos a 13 días de que llegue el año cabalístico que promete modificar y versionar por vez 2012 lo que creemos que es el mundo.

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