El apellido de Periodista


Nos graduamos de comunicadores sociales. Y perseguimos el apellido de periodistas en el esfuerzo cotidiano. En la esperanza de escribir o comunicar algo que pueda ser útil a la gente y que se traduzca en una mejora de su calidad de vida, o de sus capacidades para tomar decisiones que correspondan a sus intereses, valores y prácticas culturales. No somos la solución y muchas veces somos más parte de los problemas. Y es en la práctica cotidiana donde acudimos una y otra vez al concurso de reenfocarnos, reinterpretarnos y mirar que podemos ser una pieza importante para engranar lass salidas a la crisis país y crisis mundo que presenciamos.

En una sociedad globalizada no tenemos público, ni usuarios, ni lectores: somos copartícipes de un diálogo que integra numerosas y distintas visiones. Llegamos a él con condiciones ventajosas, que se derivan de nuestra preparación profesional y que nos llevan a amplificar nuestra voz a través de un medio. Desde allí empieza precisamente la titánica labor de ser RESPONSABLES con los valores inherentes a nuestra práctica profesional: el respeto a la diversidad de formas en que puede ser o estar un ser humano, el respeto a la pluralidad del pensamiento, el respeto a nuestra esencia que es la información. Todo ello se resume en el respeto a la condición humana, esa materia frágil razón de ser del periodismo y que nos atraviesa especialmente en todas las etapas de nuestro oficio. Mal podemos dar cuenta de un mundo construido por millones de realidades sino intentamos sumergirnos en ellas y permitir que lo mejor, inclusive de las peores cosas, pueda empaparnos para dar a comprenderlas y ofrecer la posibilidad de que la gente obtenga, de nuestro trabajo, un poco de todo lo que necesita para empoderarse y ser protagonista activo de mejoras sustanciales en sus vidas.

Por eso, ser periodista para mí no puede considerarse un final al que se llega izando una bandera. No es una andanza heroica, que culmina al llegar a la meta. Es una conquista cotidiana. Es un apellido que se gana pulsando la vida, manteniendo y reforzando esa cualidad que debemos poseer más acentuada: la sensibilidad. Ese olfato, ese sensor que nos recuerda cuándo nuestras prácticas están desvinculadas de la utilidad social, cuándo nos hemos perdido en el camino y estamos deshonrando los valores que nos certifican como personas. Ese repique de campana que nos lleva a las raíces porque, al final de cuentas, no se crece mucho cuando ya eres una rama frondosa: siempre necesitamos un poco de suelo para conectarnos con esa necesidad de crecer.

En última instancia, somos trabajadores responsables de la información, pero parte también de ese conglomerado de personas víctimas de una crisis política o económica, afectados por enfermedades, consecuencia de problemas psicosociales o espectadores de prácticas deportivas o culturales que llevan insertas el código de nuestro ser social. Somos humanos por encima de todas las cosas, y ser periodista es un campo más que se abre para honrar esa condición.

Por eso, en esta fecha, sólo pido a Dios que tanto ustedes como yo podamos recordar que no hay un sólo camino para ser periodista. Que conquistar ese mote pasa por abrir muchas puertas, cerrar otras, superar nuestros propios vicios y resquemores y despojarnos en el espejo de esos hombres y mujeres que no hacen vida con el interés social. Que no es un certificado que nos ganamos de por vida, titulándonos en una escuela de Comunicación Social o figurando como expertos en ponencias, congresos, foros. Que, sencillamente, lo ganamos o lo perdemos a diario. Y que, con ello, gana o pierde también un poco ese mundo que intentamos narrar. Que queda en nuestras manos la posibilidad de sumar más días ganándonos ese apellido del periodista y no sólo porque ello se traducirá en una gloria personal; sino porque así habrá una mejor patria y un mejor mundo si aprendemos a construir a diario, con respeto, eficiencia y pluralidad, nuestra labor.

Un brindis porque a diario nos merezcamos ese apellido.

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